Viaje a la Alcarria XII: Recopolis

"Enfrente de Zorita, al otro lado del río, se ven los restos de la ciudad visigoda de Recópolis, y en sentido contrario, sobre la carretera que va a Albalate, se adivina Almonacid de Zorita, el pueblo donde, hace ya más de cuarto de siglo, estuvo de boticario el poeta León Felipe"

 

Recópolis, la antigua ciudad visigoda es hoy un precioso parque arqueológico. Los chicos llegan allí tras pasear por Zorita de los Canes, que se encuentra a tan sólo un kilómetro, su precioso castillo y las riberas del Tajo, que tan cerca de este lugar se encuentran.
La historia dice que el rey visigodo Leovigildo mandó construir esta ciudad en el año 578 para conmemorar la consolidación del poder real y el estado conocido como reino visigodo de Toledo. Y al hacerlo, se acordó de su hijo, el que también fuera rey, Recaredo. De ahí el nombre del lugar Re-cópolis. 
Leovigildo la adornó con una admirable fábrica en sus murallas y arrabales, y estableció privilegios para sus habitantes. El lugar, al fin y al cabo, tuvo que ser una corte, con un gran palacio, y un centro administrativo, en lo que parece un vergel.
Recópolis está en un punto estratégico para controlar el territorio y sus distintos recursos. Desde allí se dominan tres valles y un río, el Tajo, que en aquella época era navegable. Esta ciudad constituye una verdadera joya para la investigación histórica y arqueológica, pues es una extraordinaria muestra de la cuidada planificación urbanística visigoda.
Pumuky y sus amigos caminan por las dos calles principales de la ciudad, que se entrecortan, como correspondía a un urbanismo heredero del romano. Se imaginan cómo era aquel lugar mirando sus cimientos y numerosos arcos. La técnica de construcción de los principales edificios era de sillería en arenisca y piedra de toba, extraídas de las canteras próximas y talladas con técnicas romanas. Llegan hasta la gran plaza, donde entran en la basílica y el conjunto palatino. El palacio medía 133 metros de largo y nueve de ancho y tenía dos plantas y alguna torre cilíndrica. Es el conjunto más antiguo de palacio-basílica altomedieval de todo el Occidente europeo. La basílica visigoda era de tres naves y se unía al palacio por una edificación.
Según se enteran, las ruinas fueron descubiertas en la década de los cuarenta por Juan Cabré. De hecho, Cela ya habla de ellas en 1946. Aunque Cabré no hace las primeras excavaciones hasta tres años más tarde.  En realidad, todo el mundo en la zona tenía que saber que más o menos por allí hubo una ciudad visigoda, después de que la abandonaran los musulmanes en el siglo X. Porque muchas viviendas, sobre todo de Zorita, tienen restos de sus muros y tallas.
En el año 2005 se creó el Parque Arqueológico de Recópolis, con un Centro de Interpretación que ofrece de manera interactiva y para todo tipo de público toda la riqueza arqueológica de esta ciudad visigoda, los últimos avances científicos que las distintas campañas de excavación sistemática de la última década han arrojado sobre Recópolis y las distintas culturas que la habitaron. Además, desde allí puedes reservar visitas tanto al parque, como al castillo de Zorita.
Pues decir que en Recópolis concluye este viaje de Pumuky y sus amigos, aún con noche posterior en Guadalajara. Fue un placer para la pequeña marioneta, a la que le gustaría repetir con todos ellos, a pesar de que no siempre le guardaran el debido respeto.


Viaje a la Alcarria XI: Zorita de los Canes

"Zorita de los Canes está situada en una curva del Tajo, al lado de los inútiles pilares de un puente que  nunca se construyó, rodeada de campos de cáñamo y echada a la sombra de las ruinas del castillo de la Orden de Calatrava. Del castillo quedan en pie algún muro, dos o tres arcos y un par de bóvedas. Está estratégicamente situado en un cerrillo rocoso, difícil de subir"


La verdad es que Zorita de los Canes  lo tiene todo para una bonita tarde de turismo. No tenéis más que ver las fotos para comprobarlo. Mezcla historia y naturaleza, la tranquilidad bucólica y pastoril que se encontró Cela con un Tajo precioso. Es el pueblo de Recópolis, la ciudad visigoda, de la que ya hablaremos en la próxima entrada, pero también de una preciosa hoz del Tajo, a cuyas riberas da gusto descansar, y del castillo de lo Calatravos, en plena recuperación.
El grupo de jóvenes llega por la tarde a Zorita, y lo primero que hace es dejarse seducir por su paraje natural junto al Tajo. Es un pasaje otoñal digno de disfrutar.
En realidad, es una visita rápida, como la de Cela, pero los chicos casi tienen más que contar que el ilustre Nobel. Llega este a Zorita en coche, ¡vaya lujo! Lo lleva su amigo don Paco, el teniente de alcalde de Pastrana. Allí se encuentra en primer lugar con unos pastores. Parece que visita el castillo y Recópolis, aunque no lo dice muy claro. Cena, no le quieren cobrar el vino, y se le hace tarde hablando con la gente. Ya retorna anochecido hasta Pastrana, durmiento sobre el hombro de don Paco. ¡Vaya confianzas se toma con los amigos recién conocidos!
Pumuky Viajero y sus amigos entran en Zorita por una puerta de entrada a la antigua muralla, del siglo XIII. Parece ser que esta puerta es la que le da el nombre, porque allí había unos perros protegiendo la villa Zorita de los Canes se encuentra en una curva del Tajo. Tiene su origen en la ciudad visigoda fundada por Leovigildo en el cerro de la Oliva, ya sabéis, Recópolis. Aunque el municipio actual tiene origen árabe y se abasteció para su construcción de materiales de las antiguas ruinas. Entre la estructura, el Tajo, el origen visigodo... me recuerda a Toledo. De hecho, las reconquistaron a las dos el mismo año, 1085.
Finalmente, el grupo acude al castillo, de los siglos XII y XIII. Por aquel entonces, lo estaban restaurando, pero algunos se saltan la alambrada y se meten a conocerlo por dentro. Pumuky no lo hace, que le da cosa todo eso.
Decir que el castillo es una fortaleza árabe, que después regentó la orden de los Calatravos. Conserva la torre albarrana, una puerta de hierro de doble arco, una capilla románica restaurada y la sala del Moro, una importante obra aquitectónica de los Calatravos, una estancia circular cubierta por una bóveda hemisférica con una magnífica sillería. Se llama así no porque fuera de los moros sino por una escultura tallada en su interior.
La fortaleza es un complicado sistema de murallas, puertas, torreones y ventanales mezclados a lo largo de los siglos. La planta es alargada, de norte a sur, y está rodeado por una muralla. El acceso a este castillo se hacía, igual que hoy, por dos caminos, penetrando al mismo por dos puertas. Tenía un puente levadizo de madera, que ya no existe. Cabe destacar su iglesia románica de una sola nave y de planta rectangular sin crucero.
Desde el castillo se divisa una magnífica panorámica de las aguas del Tajo, los tejados del caserío y las tierras de Zorita de los Canes. Todavía conserva Pumuky aquella foto de Eva, en realidad, tres fotos empalmadas, del precioso meandro del Tajo, con las aguas verdes al atardecer.

Viaje a la Alcarria X: Pastrana

"Pastrana, que fue en su día ciudad de gran tradición eclesiástica, está hoy casi despoblada de clérigos. Su cabildo, según dicen, sólo tuvo igual con el de Toledo, y su convento de carmelitas descalzos fue fundado por Santa Teresa y tuvo de huésped a San Juan de la Cruz"


¡Vaya pueblo bonito, literario e histórico que nos encontramos con Pastrana! Bonito, si, precioso, ahora veréis. Es el pueblo de la pricesa de Éboli, también duquesa de Pastrana, Ana Mendoza de la Cerda, que se dice que era amante de Felipe II. Pero su historia viene de mucho antes, tanto, como de los íberos. Y en cuanto a literatura, además de Cela, pasaron por allí Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Manuel de León Merchante, Leando Fernández de Moratín (presumen en el pueblo que allí escribió El sí de las niñas) y, por supuesto, Pumuky Viajero, como no podía ser menos. No os olvidéis tampoco que de allí es el pintor Juan Bautista Maíno.
Los chicos aparcan muy cerquita de la plaza de la Hora y allí comienzan la visita. Se trata del típico patio de armas, delante del palacio Ducal, donde se hacen paradas militares, corridas de toros, recibimientos principescos, recibimientos a marionetas molonas, etc. El palacio Ducal es un palacio renacentista, proyectado por Alonso de Covarrubias. Allí es donde en 1569 recibieron a Santa Teresa cuando visitó Pastrana a fundar dos conventos. También es donde Felipie segundo mandó encerrar a la princesa de Éboli entre 1581 y 1592, nada menos.
Cela también visita la plaza de la Hora. En realidad, llegó al pueblo de noche, sin ganas de verlo. Y como va desganado, no hace otra cosa que irse de vermús y aceitunas y más tarde de cena con el alcalde, don Mónico, y con el teniente de alcalde, don Paco. Se nota que es el final del viaje y, lo que es lo mismo, del libro; a Cela, como a esas personas mayores al final del camino, le da ya un poco igual todo y comienza a opinar sin reservas de cuanto ve, critica abiertamente el estado de abandono del palacio Ducal e incluso hace una abierta apología para que retornen a Pastrana el museo de tapices. También ensalza la figura de don Mónico como alcalde y casi padre del pueblo. Por primera vez en el libro, nos encontramos con una cuidada descripción de los monumentos, vamos, como si en la cena, Mónico y Paco lo hubieran convencido para vender las excelencias del lugar. Quizás fuera así. El caso es que en Pastrana, también por primera vez, hace turismo propiamente dicho, ve todo el pueblo acompañado de sus amigos.
Los jóvenes se encentran casi otro Pastrana, un Pastrana rico, con sus monumentos recuperados y unos bonitos hoteles que en su día fueron nobles casas. El deseo de don Camilo se había cumplido, y no sólo el palacio Ducal (que pertenece a la Universidad de Alcalá) está ya restaurado, sino que los tapices han vuelto a un bonito museo. También hay otro museo dedicado a Santa Teresa (en el claustro del convento del Carmen que ella fundó). El grupo pasa del palacio. Confesar que, tras coger un plano en la oficina de turismo de la Hora, se meten en seguida por la calle Mayor a tomar el vermú (tiene que ser muy típico, sí) en un precioso bar, muy castizo, quizás con demasiado cartel de toros, pero que estaba a reventar y donde se lo pasan genial.
Con energías renovadas, dan un paseo por las calles señoriales de este bonito lugar. Tras pasar por el arco de San Francisco, recorren el estrecho barrio morisco, su Albaicín. Incluso, llegan a ver los deteriorados restos de una sinagoga, y se dejan seducir por la fuente de los Cuatro Caños, del siglo XVI, que es un emblema de la ciudad. Les sorprende la cantidad de gatos con los que se encuentran.
Caminando, llegan a la Colegiata, original como iglesia parroquial del siglo XIV. Después recibió añadidos y detalles, como la portada ,norte que fue construida en estilo gótico de finales del siglo  XV y finalmente la gran ampliación de las naves y el crucero en la primera mitad del siglo XVII, promovida por el Arzobispo Fray Pedro González de Mendoza, hijo de los primeros duques de Pastrana. Su interior alberga el magnífico Museo Parroquial. Allí destaca la tan deseada la colección de tapices góticos de Alfonso V de Portugal.
Para la próxima visita, que seguro que la habrá, dejan los jóvenes, por lo tanto, el palacio Ducal y convento del Carmen, que fundó Santa Teresa y en el que tanto se entretine Cela. Pumuky personalmente se compromete a intentarlo con la casa de Moratín.


Viaje a la Acalrria IX: Tendilla

"Tendilla es un pueblo de soportales planos, largo como una longaniza y estirado todo lo largo de la carretera. En este pueblo es donde tiene un olivar el escritor don Pío Baroja, para poder tener aceite todo el año"


¡Qué tarde que es ya! ¡Vaya día más bien aprovechado! Después de recorrerse media Alcarria, el grupo llega a Tendilla por recomendación de Paloma y de Pumuky, que lo había conocido de casualidad en fiestas y le había encantado. Los jóvenes llegan a Tendilla ya de noche, en una noche fría. No obstante, no les duelen prendas en hacerse unas fotos en sus bonitas ruinas y sus soportales, e incluso tomar una caña, que Tendilla es un buen pueblo para tomarse unas cañas. Lo que no salen muy bien son las fotos. No había luz, ni tiempo para estar al fresco en la calle preparándolas. Pero qué se le va a hacer. Otra vez será. Pumuky quiere volver de nuevo a Tendilla con más tiempo, como la primera vez, en las fiestas de las Mercancías, y esta vez sí, hacerse mil fotos en un pueblo engalanado de medieval, en el que incluso se encontró con un torneo.
Tendilla es un pueblo donde Cela tiene mala suerte con los animales. Como los chicos, llega allí desde Sacedón, en su caso, en un bullicioso autobús, para hacer trasbordo hacia Pastrana, y decide comer. Se toma algo en una taberna, donde una joven no conocía a Baroja. El encontronazo con una perra agresiva le impide comer en el parador, y se va a una fonda, donde sí le dan alimentos, y es atacado, en este caso, por una oca, que le picotea sus posaderas. Da una vuelta por el pueblo, como, efectivamente, en la fonda, y se va andando hasta el empalme, donde encuentra un merendero en el que está tan a gusto que se queda dormido (él diría durmiendo, que no es lo mismo), hasta que lo despierta el autobús.
Pumuky y sus jóvenes amigos no tienen tanto tiempo, pero sí disfrutan tranquilamente del pueblo, que ya las fuerzas escasean. Sobre todo, se dejaron deleitar por la iglesia parroquial, que te sorprende por su gran tamaño a la entrada desde Sacedón, junto a la plaza Mayor. Sorprende por su gran tamaño y porque, en principio, no sabes si es un edificio hábil o una ruina. En realidad, no está acabada, y es realmente atractiva. Por lo que he visto en internet, tiene que ser restaurada, y como el pueblo es tan pequeño, apenas hay dinero, por lo que pide donativos.
Se trata una obra arquitectónica del siglo XVI bajo la advocación de la Asunción de la Virgen. Cuando estaba concluida la capilla mayor, el crucero, los principios de las tres naves y casi toda la fachada principal, se suspendieron las trabajos, y no se terminaron las partes secundarias, cuyos cimientos, tenían ya tres metros de altura. Se completó la obra con menos presupuesto y más prisa, aunque quedaron sin acabar las grandes columnas que soportaban las ensalzadas bóvedas en los muros laterales. A los pies observamos también los fundamentos de las dos torres que originalmente se querían levantar. Sobre uno de ellos, se construyo en el siglo XVII la torre actual. En el interior destaca el patio, donde se ha construido posteriormente un atrio cubierto por un tejadillo.
Allí mismo, los jóvenes comienzan a caminar por los soportales de la calle Mayor, de casi dos kilómetros. Las casas se sostienen por columnas de madera o piedra. No hay dos columnas iguales y muchas provienen de las ruinas de los alrededores. Asimismo se conservan al menos tres escudos nobiliarios en las calles de la villa. Los soportales de Tendilla fueron declarados de Monumento Histórico-Artístico de interés cultural. Pero lo que más alegró a Pumuky y a sus amigos fue encontrar allí un bonito bar abierto.
Para la próxima vez, queda la visita al Museo Etnológico de Tendilla, situado en una casona del siglo XVIII. Allí se muestran objetos relacionados con la forma de vida tradicional en esta localidad alcarreña y sus alrededores.
Quizás lo hagan durante las fiestas de las Mercancías, que, como decimos, Pumuky ya se había encontrado unos años antes de casualidad. Data, nada menos, que del reinado de Juan II de Castilla, y hay constancia de que se celebraban en 1484. Se trata de una feria medieval basada en la mercadería y el ganado con gran variedad de puestos, venidos desde todos los rincones, con piezas de artesanía (cestería, vidrio, marroquinería, cerámica...), derivados de la miel, cárnicos, vitivinícolas, antigüedades, plantas medicinales En la feria además podemos encontrar actividades como exhibición de cetrería, espectáculos ecuestres, carreras de galgos, exhibiciones de ganado y la presencia del autóctono de oveja y cabra, así como la degustación de la especialidad del pueblo durante la feria (las migas), animación de calle con teatro y música de dulzaina y tambor, actuación de rondas de la provincia, visitas guiadas por los principales monumentos de la localidad o el torneo medieval que tanto sorprendió a nuestra marioneta amiga.

Viaje a la Alcarria VIII: Sacedón

"En Sacedón se mete el viajero por el atajo del camposanto, camino que pronto desaparecerá bajo las aguas de un canal ya empezado a construir. A la izquierda, conforme se sube, queda la fábrica que dicen la Orujena, echando humo, como una máquina de tren, por su alta chimenea. Sacedón, que está rodeado de campos de trigo verde y lozano, parece un pueblo importante y muy industrioso. El caserío se extiende bastante y la torre de la iglesia destaca airosa sobre todo él"


Como sabrás, Sacedón es un pueblo mundialmente conocido por dos cuestiones: es el pueblo del embalse Entrepeñas, desde donde le quitan el agua al río Tajo; y también es la localidad natal del líder carismático de Ñu -a juicio de Pumuky Viajero, el mejor grupo del mundo-, José Carlos Molina.
Por lo tanto, un doble sentimiento embarga a este pequeño muñeco cuando llega a la localidad con sus amigos. Por un lado, el enfado de saber que tan cerca se está consumando el atentado ecológico, por otro, la emoción de pensar que al doblar cualquier esquina, se podrá cruzar con Molina tocando su flauta travesera.
Cuando Cela llega a Sacedón, estan preparando el atentado premeditado contra el Tajo, pero todavía no se ha consumado. Se encuentra un pueblo muy jovial, al que la gente vuelve del trabajo. Allí están jugando a la pelota a mano y luego la noche trasnocha en la calle. Opina Pumuky que aunque el de Padrón no lo diga, tendría que ser viernes o sábado. Llega allí conversando con un chico de Casasana  muy echao pa'alante, Felipe el Santre, que le lleva sus cosas en burro. Se encuentra de nuevo a su amigo Martín, que le lleva a una posada donde le tratan de lujo, salen a tomar algo, cena como un señor y duerme muy bien. Por la mañana da otra vuelta por el pueblo, y coge un autobús en dirección a Pastrana, previa parada en Tendilla.
Nuestro grupo de jóvenes llega tarde a comer a Sacedón, es el quinto pueblo del día. Es tarde, pero comen abundantemente, que hay hambre. Después, ya sí, a recorrer el pueblo, que los días en diciembre son muy cortos, y en seguida baja el sol.
Callejean un poco sin objetivo visible, y van visitando las fuentes del pueblo, y fotografían mucho edificio antiguo, edificios cerrados, negocios que parecieron prósperos, pero clausurados hace décadas. En la plaza, se deleitan unos instantes con la iglesia de la Asunción, que es del siglo XVII. Tiene una portada renacentista y una torre esbelta, que como decía Cela, se ve desde todo el pueblo. El interior es de estilo gótico de transición, con tres naves. Tiene un coro en la parte interior de la torre que llama mucho la atención.
También encuentran la ermita de de la Santa Cara de Dios, del siglo XVIII, de estilo muy florido y recargado.
Tras una vuelta lenta, disfrutando del pueblo, Paloma convence al grupo para subir al monumento del Sagrado Corazón de Jesús.
El monumento no es gran cosa en sí. Lo que van a ver en realidad son las vistas del embalse. En su tiempo, a los embalses de Entrepeñas y Buendía se les llamó el Mar de Castilla. Allí hubo mucho turismo náutico y se hizo negocio. El problema es que llegó el trasvase, y se vació todo, el embalse y la economía del pueblo. De vez en cuando, todavía se ve algún resto de aquello, pero cada vez menos. Cada vez hay menos agua.
Desde lo alto, la vista es impresionante, pero terrorífica. Se nota el cadáver del embalse, restos secos de lo que antes era una gran masa de agua.
Decir que el monumento al Sagrado Corazón de Jesús se encuentra situado sobre el cerro de la Coronilla y con unas vistas impresionantes al embalse de Entrepeñas. El monumento tiene 23 metros de altura, mas 5,5 metros que mide la imagen. Se inauguró el 26 de octubre de 1956.
Les queda a los chicos todavía por ver el conocido como Puente Romano, que en realidad es de 1461, y cruza el río Tajo para unir Auñón y Sacedón. Mide 88 metros de longitud, once en su zona más amplia y 3,4 de calzada. El ojo central está a 17 metros sobre el nivel del mar. Fue importante durante la guerra de Independencia, en la que lo conquistó El Empecinado y quitó a los franceses una forma de cruzar el Tajo.
También les resta por ver la presa en sí del Entrepeñas, pero, cabreados un tanto con el trasvase, deciden partir, siguiendo los pasos de Cela, hacia Tendilla, que tanto Pumuky como Paloma les quieren presentar esa preciosidad antes de ir a pasar noche a Guadalajara.

Viaje a la Alcarria VII: Durón

"Durón es un pueblo que está en tres pedazos, dos en la ladera, y otro, más pequeño, a la orilla del camino que tomará el viajero y al lado de las huertas"


El de Padrón tan sólo deja Durón a la izquierda mientras empieza a oscurecer y vuelve a las veinticuatro horas, para conocer un grupo de vecinos; incluso da su dirección a algunas mujeres, que le escriben en años venideros y le cuentan las miseria de la zona. Como él, el grupo está un ratín allí, no demasiado, porque "el camino está hecho para andar y el sentarse al borde del camino, a hablar con a gente, acaba enviciando".
Como en Budia (están a media hora de paseo a pie, 2,7 kilómetros), los jóvenes se detienen unos momentos, no demasiados, para disfrutar del bonito pueblo de origen medieval y de sus hermosa naturaleza. La sierra, ya lo hemos dicho, está mojada, y es preciosa. Estamos al lado del pantano Entrepeñas, así que se puede disfrutar también del agua, si no se va para Murcia. Durón es muy pequeñito, pero merece la pena la visita.
Esta vez sí, Pumuky puede hacerse fotos. Lo hace en la iglesia de Nuestra Señora de la Cuesta. Es un templo en un lugar estratégico y el edificio más próximo al cielo por su mayor elevación, más suntuoso y, en definitiva más impresionante para el turista.

En la arquitectura religiosa de Durón destaca la iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Esperanza, barroca, siglo XVII. Se encuentra situada a levante del caserío, sobre un montículo con vistas al pantano de Entrepeñas. Por lo tanto, unas vistas preciosa. 
De la arquitectura popular alcarreña, el grupo disfruta en Durón de numerosas casonas y palacios, de los siglos XVI al XVIII, con espectaculares escudos nobiliarios sobre las claves de sus entradas, así como de su picota y una gran fuente barroca de 1793. Es de la época de Carlos IV, con un gran mascarón de bronce por donde mana el agua.
Lo dicho, es una visita rápida y preciosa, merece la pena desviarse unos instantes para disfrutar del pueblo, que recorres en poco.

Viaje a la Alcarria VI: Budia

"Budia es un pueblo grande, con casas antiguas, con un pasado probablemente esplendoroso. Las calles tienen nombres nobles, sonoros -calle Real, calle de Boteros, calle de la Estepa, calle del Hastial, calle del Bronce, de la Lechuza, del Hospital-, y en ellas los viejos palacio moribundos arrastran con cierta dignidad sus piedras de escudo, sus macizos portalones, sus inmensas tristes ventanas cerradas"


Poco disfruta el grupo en Budia y Durón, que tan sólo visita de paso hacia Sacedón. Es una pena, porque son pueblos bonitos, pero entre la falta de tiempo, la lluvia y la carretera complicada...
De hecho, en realidad no pensaban parar y la marioneta viajera, que está barajando planillos y folletos informativos propuso dos rápidas paradas, en realidad tres, porque también insiste en El Olivar, pero no le hacen caso. Van con tanta prisa, que en Budia Pumuky sólo se hace una foto, en la iglesia parroquial de San Pedro Apostol. Los foteros se entretienen más haciendo juegos con el agua de lluvia sobre las hojas y flores.
Budia es el pueblo al que Cela llega tras una tormenta. En la posada no le dan de comer, todo va de mal en peor, hasta que se encuentra con su amigo el viajante, Martín, que conoció en Trillo. Martín le lleva donde cenar y donde dormir, y cree que Cela está haciendo una guía de alcaldes y comerciantes de la provincia. Después de descansar como un señor, visita al padre de un amigo, que es el médico de Budia, y con él se pone morado de galletas y jerez. No era tonto, no, don Camilo.
Curiosamente, el grupo llega también a Budia después de una tormenta, y se dedica a hacer fotografías de naturaleza mojada. Budia tiene dos cosas magníficas, como son su pasado esplendoroso, que le ha dejado lleno de casas señoriales, y un emplazamiento de montaña en  plena naturaleza espectacular. Es casi un pueblo para jubilarse y disfrutar.
A Cela le parece que la plaza del Ayuntamiento tiene cierto aire moro, y quizás no le falta razón. El pueblo es incluso anterior a la dominación musulmana y, por supuesto, se nota en su arquitectura de calles estrechas.
La que ve es la plaza de España, donde está situado el Ayuntamiento, del siglo XVI, aunque  algunas de sus altas columnas de la galería son de la época de los Reyes Católicos. a su lado, un pórtico y una la gran fuente, también del XVI. El médico que conoce don Camilo tiene un tratado de las fuentes del pueblo, que tiene varias, y de agua muy buena, al menos aquel entonces.
La mayoría de los caserones, en cambio, son de los siglos XVII y XVIII. En su calle principal destacan la Casa de los Condes de Romanones, también denominada de los Romos, coronada de un escudo nobiliario. La Casa Palacio del Obispo Catalina es un edificio de grandes dimensiones del siglo XVII que muestra una portada de piedra sillar con pilastras laterales rematada también con escudos nobiliarios. Otras casas nobiliarias son la Casa de la Parra, que fue antigua hospedería y fonda, la Casa del Duende, Casa de los López Hidalgo, que muestra el bello blasón tallado de este apellido, procedente del señorío de Molina.
Pero el grupo no da demasiadas vueltas, y disfruta ámpliamente de la parroquia de San Pedro Apostol. ¿Adivináis? del XVI, realizado en sillarejo y sillares en basas y esquinas. Su portada, precedida de un atrio descubierto y orientada a mediodía, es un extraordinario ejemplo de estilo plateresco en la Alcarria. Hay que destacar las cabezas de San Pedro, de tamaño natural, colocadas en los lados. Su interior es de tres naves, con coro alto a los pies. Desapareció en la Guerra Civil su magnífico retablo mayor.
Se pierden, por lo tanto, los viajeros la visita del valle que desciende hasta el Tajo desde el lugar llamado La Nevera, junto al Convento de los Carmelitas. En cualquier época del año tiene una belleza muy singular y se ven, cómo no, las Tetas del Viana; que ya sabéis, muchos las ven y pocos las tocan.

Viaje a la Alcarria: la leyenda de La Fuente de Oro de Cifuentes

Con muchas ganas se quedó Pumuky Viajero en Cifuentes de conocer la leyenda de la Fuente de Oro de la que habla Cela en el Viaje a la Alcarria. Estuvo investigando, pero nada, que no la encontró por ningún lado, ni le supieron dar noticia de ella en el pueblo... hasta que José Luis Poza leyó su entrada y le echó una mano.
Cuenta el amigo José Luis que desde que encontró la entrada en el blog tuvo una espinita clavada, que ha sabido sacarse, a juicio de esta marioneta, con matrícula de honor.
No le extraña, en realidad que nadie le haya hablado al bloguero de la famosa "Fuente del Oro". José Luis se acordaba de haber leído algo sobre ella pero quería encontrar el libro y contar la bonita historia.
Y lo hizo. Nos cuenta que la misma se publica en "Leyendas y relatos de Cifuentes" y pertenece a Luis Viejo Montolío que es su autor. Os dejo el resumen que José Luis nos ha hecho de la leyenda, con la idea de no cansarnos mucho, pero a la vez "satisfacer tu ansia viva de conocer historias antiguas":
La Fuente del Oro se encuentra en las estribaciones del cerro de San Cristóbal en Cifuentes. El aire está perfumado por espliegos abundantes; romero y pino, mejorana y cantueso se armonizan para un concierto de fragancias inéditas. Hallar la fuentecilla es un respiro para el caminante que ha de aventurarse por un camino de cabras, entre matorrales y lentiscos.
    Nos situamos en plena Edad Media y en una villa todavía no reconquistada en la que convivían cristianos viejos, musulmanes y judíos. Sobre todo judíos, que ha pasado a ser el apelativo con el que se identifican los hijos del pueblo 'los judíos'.
    Nuestra leyenda conoce a un judío, al que llamaremos Samuel, que se asienta en un tugurio adosado a una de las múltiples cuevas que horadan la Cuesta del Castillo y que guardaban la humedad para los vinos que envejecían.....
    Samuel ofrecía múltiples elementos para el trabajo de artesanos, amén de baratijas para cautivar con oropel a mujeres y doncellas. El hecho es que Samuel había logrado un caudal de oro que atesoraba codiciosamente en lo más profundo de su cueva, adosada al chamizo que cerraba con mil cadenas y cerrojos cada vez que salía con sigilo.
    Era noche cualquiera. En el Barrio Nuevo hace incursión un gato negro que invoca en aullidos alarmantes al silencio de la luna llena reflejada en el río y al embrujo de las sombras en danzas macabras. Samuel había encendido una tea que iluminó escasamente las profundidades de la cueva hasta dentro y más adentro... contó los saquetes con monedas de oro, ochenta, cien, cuatrocientas. Luego las recontaba, y vuelta a contarlas... Así saciaba su sed incontenible de tener por tener, porque Samuel vivía como un pordiosero. Esta noche, entre los saquetes detrás de la última tinaja de la cueva, le saltó a la cara una rata que desapareció como una exhalación perseguida y burlona de su inquilino, cuya cena de pan duro y bacalao fue a parar al cubil secreto del roedor.
    De repente oye Samuel una algarabía extraña, salió hasta la puerta de su antro, se abrió paso azotando al mulo que cobijaba siempre junto a sí y con la tea en una mano y una estaca en la otra,  abrió el portón y vio y oyó: toda la villa estaba alarmada, las mesnadas del Cid Campeador se habían apoderado del pueblo, no habían llegado a las cavillas y entonces Samuel lo pensó y decidió: huir, huir por las laderas del cerro de San Cristóbal hacia Canredondo llevándose en el serón del mulo sus saquetes, su oro. 
    Y cargó el mulo. Aún le dio tiempo para descender hasta el río y cortar unos juncos para disimular el cargamento. Recogió unas sardinas rancias para el camino y una hogaza de pan que había comprado hacía mas de un mes. De los trapos con que se cubría cada noche en el cubil, preparó a modo de zancas para atar en los cascos de las cuatro patas del mulo para que nadie oyera nada. Salió. La noche negó la luz de la luna. Desde 'La Nevera' habían llegado las huestes hasta la plaza, donde encendieron una enorme hoguera para cantar y alegrarse con el pueblo mientras la luz de las llamas arrojaba mil siluetas jocosas saltando al unísono rascar de violas, almireces y zampoñas regadas con el buen vino de los cristianos. No había morisma, no había resistencia; Cifuentes estaba reconquistado.
    Salió Samuel con su mulo y cargamento. Un villano cifontino corrió hasta las tinajas de su cueva para ofrecer su vino a las mesnadas. Y... en el suelo ve y recoge una moneda de oro. En dirección hacia la 'Cueva del Beato' advierte otra y otra moneda, un reguero incesante, ininterrumpido. No muy lejos ve al judío con el mulo y el villano adivina la carga y la huida. Cautelosamente se sitúa a distancia y va recogiendo las monedas hasta llenarse los bolsillos. Andando que te andarás, tras un carrascal, observa que el judío se guarece bajo la visera de una roca desde donde se ve iluminado el centro de la villa por la gran hoguera. Se oyen las músicas y repara en el rostro desencajado del judío Samuel, detenido para acariciar su presa. Al sacar el primer saquete lo nota casi vacío. Lo toca una y otra vez, repara en los orificios del roedor que le saltó aquella noche, saca otro y otro saquete que evidencian el descalabro.
    ¿Estarán las monedas en el fondo del serón? Lo descabalga y palpa los efectos del roedor también en las alforjas. Gesticula, prorrumpe en expresiones groseras, deleznables. Se mesa la barba y el cabello, se tira al suelo desesperado; ¿cómo volverse a recoger monedas si no se ve en la noche que es espesa?
    El villano ahoga su aliento y observa. El judío se dispone a recontar una vez más lo poco que ha quedado de su valiosa carga. ¿Estará ocultando, sepultando su tesoro, el que le queda, para venir a recogerlo otro día? ¿Continuará su camino? ¿Adónde se encamina?
    Partió el judío hacia la 'Cueva del Beato'. Empezaba a amanecer, las primeras luces se adueñaban del paisaje mientras se divisaban caravanas de musulmanes que, sin duda, buscaban buen recaudo, en lejanía de las huestes cristianas.
    A los primeros resplandores del alba se precipitó el villano en el rellano en donde se había refugiado, antes de partir, el avaro judío de nuestro relato.
    Con no menos codicia que nuestro protagonista, se precipitó y con sus manos y alguna rama que encontró, arañó, cavó, hizo un boquete buscando el tesoro escondido que el imaginaba. Nada, no encontró nada. Hundió sus manos de arena en los bolsillos cargados de monedas y se dejó caer descorazonado acariciando su valiosa presa.
    El villano abrió sus ojos desmesurados cuando, al contemplar el hoyo que había cavado, observó el pequeño manantial que brotaba; lo llamó la "Fuente del Oro". 
    ¿Será éste el origen de esta fuente, una de las cien fuentes que da nombre a este bonito pueblo?
    Al beso del primer rayo de sol quedó dormido en el suelo y soñó que don Juan Manuel, el autor del "Libro de los enxiemplos", le estaba recriminando, dormido como estaba con las manos en los bolsillos rezumando monedas de oro, mientras vino a despertarle y le decía: 
 
'Con tu esfuerzo tras el oro
has encontrado el tesoro
de estas aguas cifontinas;
reflexiona y adivina
si no es para ti desdoro
apropiarte lo del moro
o judío, en la esquina
por codicia dura y fina...'

Viaje a la Alcarria V: Cifuentes

"El río Cifuentes nace debajo mismo de las casas. Nada más nacer, mueve un molino; el pueblo está levantado sobre un manantial"



Ahora sí, Cifuentes, el pueblo del agua y del castillo de don Juan Manuel; la capital de la Alcarria, según el amigo de Cela Arbeteta.
Había sido Paloma, nuestra chica de la zona, la que recomienda al grupo cambiar el orden de Cela, y visitar antes Trillo para verlo de noche, y pasar más tiempo en Cifuentes. Por supuesto que acertó. Los jóvenes y Pumuky se dejan perder durante horas por un pueblo que, como Brihuega, tiene pinta de importante ciudad medieval. Si bien es cierto que se ve en un ratito, también lo es que da gusto perderse y dejar que el tiempo y las sensaciones te invadan al pasear por sus piedras, y por sus aguas, no os olvidéis que Pumuky es de madera y flota.
Lo primero que visitan es el castillo, que, efectivamente, perteneció a don Juan Manuel, al que, después de nombrarlo tanto, le pillan cariño. Pumuky decide llamarlo Juanma.
Da un poco de pena ver tanta ruina, una fortaleza tan magnífica abandonada. También es cierto que eso te permite, si tienes cuidado, claro, meterte por su interior y subir por sus muros, ver el patio desde arriba y sentarte a contemplar la Alcarria desde arriba. Bueno, siempre y cuando te lo permita la temperatura, porque el grupo pasa algo de frío. Pero durante los últimos tiempos el estado de la fortaleza se ha deteriorado mucho, y en Cifuentes han creado una asociación ciudadana que se está moviendo mucho para intentar salvarlo.
El propio Juanma explica en su "Cronicón", que comenzó a construir este castillo en abril de 1324, sobre los restos de una fortaleza árabe. El patio está lleno de escombros que, según dicen, ocultan las puertas de acceso a las torres de las esquinas, y a los subterráneos. En la entrada del Castillo figura esculpido en piedra caliza, y ya muy erosionado, el escudo de Juanma, dos leones rampantes y dos brazos alados empuñando espadas.
A Cela le informa una mujer que el castillo era entonces, a finales de los cuarenta, de una marquesa. Después su amigo Arbeteta le cuenta que lo edificó Juanma y que la iglesia la mandó construir una tal doña Mayor, que fue amante de Alfonso X.
La tal doña Mayor, no sé si lo cuenta la historia o la leyenda, tuvo una hija con el rey antes de que lo coronaran, pero luego no quiso ser reina. Su hija, Beatriz, fundó la corona de Portugal, y junto a la nieta, Blanca, las tres fueron las que encargaron tanto la parroquia, como una muralla que hubo hasta mediados del siglo XX.
A Pumuky le pica la curiosidad, y cuando se cansa de hacer el cabra por la fortaleza, va a conocer el templo. Como el castillo, la iglesia del Salvador se ve imponente desde lejos. Dicen que es una construcción gótico incipiente (siglo XIII), y que sus columnas recuerdan a la no tan lejana catedral de Cuenca. El interior es impresionante, con un enorme ábside por el que entran unos hilitos de luz. El sitio es perfecto para que los artistas del grupo se dediquen a jugar con las luces en sus fotografías.
Allí es donde está el púlpito de jaspe o alabastro que recuperó tras la Guerra en Madrid el cura que conoce Cela.
Más románica, aunque también con algo de gótico es la parroquia de Santiago. En este caso, los foteros se olvidan de Pumuky un ratatito y se dedican a las columnas y los labrados exteriores de la iglesia, que van desde los apóstoles a varios diablos o la reina Beatriz.

En un bonito paseo por el pueblo, los viajeros pasan por la plaza mayor de Cifuentes, triangular y con soportales. Y se sorprenden mucho al llegar a la Ermita del Hospital del Remedio, con su puerta de arco gótico (sí, muy fotografiada también) y la arcada de lo que fue en su día un claustro del hospital.
Les falta encontrar la Sinagoga. Si Cela la visita, por qué no ellos. Pero no tienen suerte. Luego se enteran que es un edificio privado, al que no está permitido el paso.
El grupo se imagina que está en plena Edad Media. A Pumuky, que le van estas cosas, trata de investigar sobre aquella leyenda de la fuente del oro que le cuentan a Cela. Pero en aquel momento, no le cuentan nada. Sí se entera de la leyenda del Cristo de la Repolla, la del Milagro de los Tres Soles o el Crimen del Fraile. Pero nada de aquella historia de moros y princesas, hasta que José Luis Poza leyó esta entrada, y se la mandó por correo. Como es un texto largo, Pumuky decide reproducirlo en otra entrada y agradecérselo a su nuevo amigo. Lo podéis ver aquí.
En el paseo, ven lo que queda de la muralla, y terminan la visita en el nacimiento del río Cifuentes. Allí, desde el puente, Pumuky hace como Cela y tira pan a los patos. Los suyos son más despiertos y acuden a la primera.
Por cierto que si queréis comer en Cifuentes, no os olvidéis del exquisito cordero y, por supuesto, de la miel, que allí presumen de que es la mejor del mundo. ¡Comprobadlo vosotros mismos!