Hoces del Duratón II: Pedraza


Mucho había oído hablar de este pequeño pueblo medieval, enclavado en las segovianas hoces del Duratón. Y tengo que decir que la verdad es que al visitar Pedraza, tuve sensaciones contradictorias, pero siempre ascendentes.
Me explico: Pedraza es un pueblecito medieval, muy medieval; tanto, que me dio la impresión de estar visitando una ciudad temática ambientada en el medievo, algo así como Carcasone en pequeño, un Pals castellano. Pedraza no llega al centenar de ha
bitantes censados, aunque en una tarde de agosto parecen realmente menos. Pero está repleta de hostales, restauranes de buen comer y multitud de tiendas artesanales de buen gusto y bolsillo con fondo

Sin embargo, investigando un poquito, pude saber de se trata de uno de esos pueblos enriquecidos por la Mesta; antiguo bastión defensivo con restos desde la prehistoria, bien conservado y que es conjunto Monumental.
El pueblo, amurallado, realmente no es muy grande. Se entra en él por una bonita puerta con el original nombre de puerta de la Villa, del siglo XI, que es su único acceso.
Una vez en el interior, merece la pena perderse por sus callejones empedrados, llenos de caserones, restaurantes y tiendas artesanales.
El aparcamiento, ojo, que esto viene siendo ya raro en España, es gratuito. Se hace a la puerta del castillo, que fuera estudio de Ignacio de Zuloaga.
Me quedé con ganas de ver su interior. Sinceramente, no sé si se puede entrar dentro, pero yo me quedé con las ganas.
Existe en Pedraza, unto a la puerta única, una cárcel muy curiosa convertida en museo, donde mi amiga Maite se escondió de mí en un ataúd de piedra. La iglesia de San Juan es impresionante en su exterior. Y a mí me gustó mucho la plaza aporticada, llena de escudos de piedra, restaurantes y mucha vida.
No puedo, además, dejar de hablar de los magníficos alrededores de la villa, y de las fantásticas hoces del Duratón.


Cada año, en Pedraza se queda sin luces artificiales durante los dos primeros sábados de julio, y se llena de velas. Sin duda es un reclamo turístico muy original, pero también muy agradable. Que conste que mamá Mária me llevó allí, pero le dio miedo que las llamas quemaran mi sin par melena, y no me hizo fotos.
En definitiva, después de un comienzo un tanto decepcionante, luego me moló mucho el pueblo. Algo similar me pasó con su comida.
Era domingo a última hora, y sólo encontramos menús de los caros. Así que decidimos entrar en el mesón Reberte, que
era el que parecía tener mejor pinta. Al principio, no entendimos el humor del camarero, y nos pareció un poco raro eso de que no tuvieran más platos que los del menú. Al final, nos hicimos todos colegas, y será porque el lugar es así, o porque fuimos los últimos en largarnos, o simplemente por mis bonitos ojos; pero nos dieron a repetir cuanto quisimos de todo. La comida fue excepcional y abundante. Yo me quedé con lo típico, unos judiones, unas patatas revolconas y un cochinillo del que hicieron repetir a los tiitos Jota, Rafa y Justo, hasta que casi explotaron en sus pantalones.