La Diosa del Ámbar VII: Trakai

Visitar Trakai para la gente de Vilna (Vilnius, capital de Lituania) tiene que ser como aquí ir a los jardines de Aranjuez desde Madrid o Toledo: una excusión rápida de un día a un lugar precioso, donde dejas disfrutar sin estrés a los sentidos, y con un poquito de historia. Eso sí, tardas un poquito más en llegar que a Aranjuez porque son tres cuartos de hora de autobús para veintisiete kilómetros.
Trakai es la antigua capital lituana en la Edad Media. Es tierra de lagos, a los que acude la gente a bañarse, nadar, navegar o hacer windsurf. Junto a los yates o las tablas, puedes ver a señoras mayores haciendo la colada. Pero sobre todo la localidad es famosa por su precioso castillo en el interior de una isla. Se trata de una gran vista, que merece casi más la pena ver de lejos que visitar por dentro (algo sorprendentemente caro para lo barato que es el país).
Porque por cuatro duros puedes hacer compras de recuerdos chulos; puedes comer y beber bien; y puedes alquilarte una barquita para navegar alrededor del castillo. Justo frente al castillo, hay un montón de puestecitos de recuerdos. El ámbar y todo lo demás está bastante más barato que en otras ciudades bálticas. También por allí hay algunas terracitas para come con vistas. Yo comí por 5,5 euros, con cerveza de medio litro incluida. Eso sí, cuidado con las avispas suicidas, que se te meten en la bebida en cuanto que te descuidas. A la hora de alquilar un patinete o una barca de remos, pregunta precios antes, y si puedes pregunta en varios puestos. A y ¡cuidado con no chocarte con los puentes!
El bucólico paseo en barca se puede completar con un paseo por el castillo peninsular y una visita a las iglesias (estamos en Lituania, jeje, está lleno de iglesias) entre lago y lago. Repón energías, que las necesitarás para coger otro de esos trastobuses que unen Trakai con Vilna. Por cierto, coge pronto el autobús, no sea que te toque ir de pié.



La cerveza del día recomendada en Trakai es la
Kalnapilis


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Por cierto, si quieres fotos curiosas de Trakai, mira aquí.

La Diosa del Ámbar VI: Vilna

A Vina (Vilnius, capital de Lituania), le comparan mucho con Cracovia por su elevado número de iglesias. Das una patada a una piedra y no aparece una, sino tres o cuatro. Las hay de todas las formas, tamaños y colores. Incluso, las hay apuntaladas a punto de caerse al suelo.
Si visitas el Báltico, compra los regalos en Vilna. En los tres países hay los mismos productos, pero en Lituania son infinitamente más baratos. Incluso tomar una caña o comer en la plaza principal de la ciudad, junto al Ayuntamiento, es bastante barato, si lo comparamos con los precios en España.
Al margen de las iglesias, merece la pena un paseo alrededor del río, empezando quizás por la catedral, para terminar subiendo al anochecer al mirador de la ciudad. Allí llama la atención encontrarse en verano a cientos de jóvenes haciendo lo propio de botellón. Y es que en estos países saben apreciar la cerveza.
Por cierto, no visites Lituania si no te gusta el baloncesto.


La cerveza del día en Vilna es la
Utenos

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Por cierto, si quieres fotos curiosas de Vilna, aquí.

La Diosa del Ámbar V: Tallin

Lo primero que hice al llegar de noche a Tallín fue acercarme al Ayuntamiento. Allí, detrás de una barra de las rejas a ras de suelo del quinto arco por la izquierda, una amiga que había estado un par de días antes, me dejó un mensaje con un par de recomendaciones sobre qué ver en la capital de Estonia. La nota nos aconsejaba que debíamos tomarnos una caña en el Hell Hunt y visitar el Monasterio Dominico.
El Hell Hunt es el primer pub abierto en Estonia tras dejar de ser república soviética. Como en todo Tallín, la cerveza más cara está a euro y medio el medio litro. Hay varios ambientes agradables. Entrar al Monasterio Dominico es caro, pero puedes intentar negociar con las monjitas. Por cierto, que no te pierdas el estudio de pinturas que hay anexo. El tío es un borde de cuidado, pero las obras están muy chulas.
A Tallín últimamente le comparan mucho con Praga. La capital de Estonia es un sitio con mucho encanto medieval. De hecho, decían que era la más occidental de todas las cidades de la antigua Unión Soviética. A mí, diga lo que diga la guía de viaje con la que fui para allá, me parece me parece que hoy en día está ya un poco convertida en ciudad museo, una especie de parque temático 'Visita Tallín y sus monumentos medievales'.
Sí se parece a Praga, pero en más pequeñito y en caro. Porque hasta allí va mucho turismo nórdico. Y por las noches los fines de seman hay una marcha alucinante. Aunque, eso sí. Cenar es caro, pero irse de cañas o copas es bastante más barato que en España.
Al margen de los consejos de mi amiga, no puedes dejar de visitar la catedral de Tallín. Como es de estilo ruso, los estonios están debatiendo si la tiran a no, así que date prisa por si acaso.
Las murallas son muchas y se extienden en distintos tramos que vale la pena ver. Mientras vas bordeándolas, verás unas larguísimas escaleras que te llevan a un mirador con unas vistas espetaculares a la ciudad.
Dentro de la misma, a mí me enamoró sobremanera la zona medieval y el pasaje de Santa Catalina.
¿Qué es lo que no me gustó de Tallín? Pues los 'tallinenses' (¿se dirá así?) presumen de haber inventado el mazapán. Todo el mundo sabe que el mazapán se inventó en Toledo, donde hay varios conventos pleiteando por la patente.

Si vas a ir a Tallín, ahí van algunos consejos:
-La estación de autobuses está a sólo diez minutos andando del centro, por mucho que tardes en taxi un cuarto de hora. Así que ya sabes, sólo pilla uno si, como en mi caso, llegas de noche y sin plano. Lo bueno es que allí te dejan pagar en euros
-Por cierto, cambia a la moneda estonia ('tallarines' a partir de ahora) en la propia estación. Es el único sitio que encontré en el que no te cobran comisión.
-El transporte público a otras ciudades es pésimo. Si vas a hacer una excursión de un día, asegúrate de no volver en el último autobús, no sea que no lo haya.
-Bebe todo lo que quieras. La cerveza está tirada, y las copas también. Eso sí, a partir de las tres, sólo encuentras bares de streap tease abiertos. Ahora entiendo por qué estaban ya allí borrachos a las diez de la noche.
-Por cierto, allí son europeos para lo que quieren; no te venden alcohol en las tiendas a partir de las diez de la noche.
-Del Eurohostel decía la guía que tenía habitaciones sosas y moqueta azul. Pues estaba bastante sucio; no sólo las moquetas. Si lo que quieres es dormir amontonado, entre sábanas y somieres sucios, con un solo baño para tíos y dos para tías (ninguno para marionetas), con un trato desagradable, en un sitio donde te repiten que pagues ya, te hacen salir antes de tiempo, te meten gente de más en la habitación y te quieren cobrar siempre de malos modos y sin aviso hasta por dejar las maletas, tu sitio es el Hostal, en la calle Nunne, 2. Si no, búscate otro alojamiento, aunque sea más caro.
-A, y si vas a ir otras localidades bálticas, no compres los recuerdos en Tallín. Son los mismos, pero más caros.

Pd.: Si te han gustado otras cosas en la ciudad que yo no menciono, propongo que las escribas y las dejes en un mensaje secreto en las rejas del quinto arco por la izquierda.
Y si al llegar allí ves un mensaje, leelo y déjalo. Pero mándame una foto del lugar.



Muchos bares de Tallín, como el Hell Hunt, tienen su cerveza propia.

Pero la más común en la ciudad es la A.Le Coq, una pilsen muy suavecita que da nombre al estadio de fútbol de la ciudad


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La Diosa del Ámbar IV: Haapsalu

Haapsalu es un sitio bonito, pero totalmente distinto a lo que esperábamos. Es un lugar muy extraño, de difícil acceso, con una población muy extraña, como de película de miedo, de esas en las que todo el mundo oculta un terrible secreto.
Nosotros fuimos hasta allí por recomendación de la guía de Anaya. Nos contaba que era un lugar que estaba intentando recuperarse como balnearios en el Báltico. También decía que lo frecuentaba Tchaikovsky, y que en homenaje al músico ruso, su paseo marítimo tenía bancos de mármol con relieves de notas musicales. Así que muy contentos nos fuimos nosotros a Haapsalu con nuestro bañador.

Una vez allí, descubrimos que Tchaikovsky había estado una vez en el pueblo, y que por esa razón le habían dedicado un banco, eso sí, no sólo con relieves de notas, también con hilo musical. Además descubrimos que las playas bálticas, al menos en Haapsalu, eran una ilusión nuestra. El denominado como paseo marítimo era un vial situado a medio metro sobre el mar sobre un rompeolas con vistas a las aguas marinas más muertas, tranquilas y contaminadas que jamás he visto. Total, hacía tanto frío que como mucho sólo habríamos metido un pie de haber existido playa.

También hablaba nuestra guía de la Dama Blanca de Haapsalu, que se aparece cada luna llena de agosto en una ventana del castillo.

Casualmente, fuimos en esa fecha, aunque sin la intención de esperar al fantasma. Pero al final casi nos toca dormir con él. Bueno, lo vimos en las chapas y cuadros, que sí saben allí explotar su figura.

La verdad es que salimos tarde de Tallin. El traslado en autobús a la estación nos confirmó que, como nos temíamos, el taxista de dos días antes nos había dado un buen paseo turístico.

Pero para paseíto turístico el del autobús a Haapsalu. Tardamos más de tres horas en hacer 99 kilómetros. Llovía. Y los caminos, sí, caminos de tierra por los que íbamos eran barrizales bacheados. Como dice un amigo, la antigua URSS tuvo que gastarse todo el dinero en armas, y abandonó las carreteras. Nosotros teníamos la impresión de viajar en el mismo autobús y por los mismos caminos que lo hizo Tchaikovsky. También paramos en pueblos en los que sentíamos que estábamos en el auténtico culo del mundo. Si Valga nos recordó al barrio toledano de Korea, aquello era como una sucesión de edificios que a mí me recordaban las Cuarenta y Ocho Viviendas Sociales del Polígono.

La parada de autobuses de Haapsalu está en la antigua estación de trenes, convertida hoy en museo del ferrocarril. A la puerta había un mercadillo tipo martes, pero muy cutre.

Partimos en busca de la oficina de información turística, para ver si nos daban un mapa, pero la deficiente señalización nos hizo perdernos. Por lo menos, teníamos el convencimiento de que andábamos hacia la zona turística. Tras un rato sin encontrarnos con nadie a quien preguntar, nos cruzamos con tres niñas vestidas a lo Spice Girls. Su estampa era lo último que nos imaginamos encontrarnos en aquel lugar. A nuestras preguntas en inglés respondieron con un rostro de escojone y al final con un escueto "don't know". Unos metros más adelante, unas señoras más normales nos dijeron que la oficina estaba cerrada, pero nos recomendaron que preguntáramos en un hotel vecino.
Allí ya vimos un haz de luz entre las nubes, al menos imaginariamente. En el hotel, nos atendieron muy amablemente, nos indicaron dónde estaba la información turística, nos dieron un plano y hasta nos miraron por internet que había autobuses a Tallin cada media hora. No nos costó encontrar la calle principal, donde vimos el castillo. Pero antes de visitarlo, decidimos buscar la dichosa oficina, sólo para descubrir cuando llegamos que acababa de cerrar. Cogimos un plano y nos fuimos a comer.
Aquella comida, sin salir de la misma calle, salió barata. Fue en un autoservicio decorado al estilo de casa de Cuéntame. Presumen los estonios de haber inventado la hamburguesa, y la verdad es que la que allí probamos estaba tremenda. Supongo que a esas horas los únicos que comemos somos los españoles. Al irnos les cedimos nuestro sitio a un grupito que nos bajó la moral al informarnos de que habían llegado rápido en coche. Tomamos nota: para la próxima excursión a estos países, alquilaremos uno.
Proseguimos bajo la lluvia, ahora sí, al castillo. Se trata de una antigua fortaleza episcopal casi en ruinas. Contrasta la pobreza del país con los tremendos juegos infantiles del castillo, con barco pirata incluido. En el interior de la fortaleza además de un restaurante-merendero, más juegos tradicionales. Creo que había que pagar para subir a la torre, pero nosotros nos colamos con la confusión de la lluvia y el poco celo de los funcionarios. Para variar en este viaje, nos tocó subir escaleras estrechas. Las vistas debían de ser bonitas, pero estaba demasiado nublado. Y arriba del todo nos encontramos metidos en medio de un estruendoso concierto de campanas.

Tras comprobar a la salida que los recuerdos estaban caros como habíamos visto en el resto del país, dejamos que unas notas musicales guiaran nuestros pasos. La localidad es famosa por sus festivales veraniegos, y allí estaban ensayando algo.
Fuera del castillo, nos encontramos un mercadillo más turístico esta vez. No llamaron la atención los pescados secos, un tanto asquerosos, y otro puesto que no sabíamos de qué era, pero estaba plagado de avispas. Los embutidos y quesos tenían buena pinta.

Seguimos hacia el norte, camino del presunto paseo marítimo, par decepcionarnos con el agua sucia y la falta de playa.
El mar estaba tranquilo y brumoso. Y nosotros seguíamos andando en busca de aquellos bancos prometidos con notas musicales, que se quedaron en uno. Al menos, tenía música.Visto aquello, dimos un pequeño paseo, pero ya de regreso, que no queríamos llegar tarde a Tallin. Cruzando la acera de la calle, había un laguito interior, como el Mar Menor, esta vez más limpio y con peces. Nos paramos uno segundos a disfrutar del paisaje en un pequeño embarcadero, en el que había una familia oriunda preparando una barbacoa.
Nos compramos un helado y volvimos a la antigua estación de trenes, no sin antes ver el romántico cementerio de la ciudad.
Nos hubiera sorprendido que en este país hubiera información de los autobuses en la estación. De hecho, nos habría sorprendido utilizar en transporte público de Estonia si no hubiéramos tenido ningún problema. Y con lo de tardar tres horas ya contábamos.
Sin nadie en las taquillas, ni información en lugar algunos, preguntamos a un grupito de gente que había en una parada. Hablamos en inglés, por supueto. Al principio, se miraron todos perplejos y no contestó nadie. Después, un hombre nos respondió al fin que todos ellos iban a Tallin. ¿A qué hora pasaba el autobús? A las siete, más o menos. Eran las siete y diez. Esperamos un buen rato resguardados de la lluvia bajo la parada, hasta que llegó un autobús que iba a otra ciudad. Nuestros compañeros de espera se pusieron a discutir con el conductor y se largaron. Menos mal que una mujercita supersimpática vino a informarnos: no había otro autobús a Tallin hasta las nueve.
Con la mujercita nos fuimos a esperar al interior de la estación. Allí conocimos a una de las personas más desagradables del viaje: una especie de bedel. A aquellas horas no quedaba nadie para informarte, pero sí esta señora para cobrarte por ir al baño y ponernos mala cara cuando nos tomamos un café con la mujercita simpática.
¿Qué harías si tuvieras una estación de trenes en una ciudad en la que no va el tren? Pues llevas cuatro locomotoras que retires de la circulación y te montas un museo nacional del ferrocarril. Eso han hecho en Haapsalu.

Nos dio tiempo a ver el todo el museo, observados con curiosidad por los chavales malotes del pueblo. Al rato llegó un tipo histérico preguntando por el autobús. El tío pesaba más de cien kilos de mala hostia, pero la señora desagradable lo mantuvo a ralla a base de una mala hostia todavía peor. Eso tuvo que ser suficiente para ella: cuando le preguntábamos algo, se hacía la tonta, pero bien que se hizo entender cuando nos amenazó con una enorme llave de hierro en la mano.
En fin, que con la estación cerrada, nos dio tiempo a que la mujercita simpática nos llevara a un súper para comprar la cena, que no hay mal que por bien no venga. Regalamos nuestro plano a unos guiris recién llegados que andaban tan despistados como nosotros al principio y nos fuimos en aquel horrible autobús a Tallin, que era sábado y la ciudad, atestada de guiris de juerga, me recordó a Lloret de Mar.

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La Diosa del Ámbar III: Sigulda


¿Te gusta el verde? ¿Las flores? ¿Los bosques? ¿Los ríos?
Vete a Sigulda.
El pueblo está en el único Parque Nacional de Letonia. Además de una naturaleza espectacular, tiene un par de castillos bastante chulos. Pero lo dicho, yo me quedo con el verde, y con las vistas desde el teleférico.
Por cierto, si tienes un rato, intenta buscar una cueva con fuentes naturales. Dicen que si te lavas la cara con su agua, se te quitan las arrugas. Llama la atención las marcas que la gente deja en sus paredes desde el siglo XIX.



La cerveza del día, bueno las cervezas, son las Cesu. Probé tanto la Premium, como la Special 1590. La absenta no me dejaron probarla, porque decían que soy todavía muy pequeño.

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La Diosa del Ámbar II: Riga













¿Por dónde empezar?
La verdad, no lo tenía muy claro.
En mi cabeza resonaba la petición deseseperada de ayuda de la diosa, carente de libertad.
Así que decidí comenzar con Riga, a ver si sonaba la flauta. En la capital letona existe una estatua de la libertad. Se trata del símbolo de la independencia de las tres regiones del país, que son las tres estrellas que sujeta una mujer un tanto feota.
Además, Riga esta justo en medio de las tres Repúblicas Bálticas. Tiene aeropuerto. Y mar. De hecho, se me ocurrió por el camino que quizás fuera buena idea aprovechar la playa vecina de Jürmala; vamos, disfrutar de las vacaciones mientras buscaba a su divinidad.La capital letona es una ciudad cosmopolita, mucho más en comparación con sus vecinas. Quién se iba a imaginar encontrar en el Báltico una urbe con esa marcha y ese casticismo. Por cierto, las chicas, preciosas también.
Nosotros, para variar, comenzamos perdiéndonos. Buena excusa para visitar la catedral ortodoxa y un precioso mercado. Finalmente
, encontramos sin problemas el albergue juvenil. Nos trataron de forma fantástica. Como no había habitaciones para tres adultos y una marioneta, nos llevaron a un edificio de apartamentos, donde nos dejaron una habitación de las más sencillamente acogedoras que he disfrutado en mi viajera vida. Estaba junto a un parque en el que se conserba lo poco que queda de la muralla de la ciudad: una especie de estanque navegable! Por la noche, nos invitaron a una fiesta en el mismo albergue, en la que me emborraché de la cerveza local, la Aldaris.
Me hubiera gustado estar más tiempo en Riga, y también haber visitado la playa vecina, que tiene mucha fama.





La cerveza que probé en Riga fue la Aldaris





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La Diosa del Ámbar I: Munich

Cuentan los hombre y mujeres del Báltico que la diosa de los mares se enamoró de un marinero mortal. Como castigo, su hermano, el dios del trueno destruyó su castillo, dando así origen al ámbar que tanto abunda en la zona.
Metido en mi cama de madera, una noche me sorprendió en mis sueños. Estaba presa en su elemento, encerrada en un pequeño lugar del que no sabía escapar. Soñé con grandes aventuras, tremendos bosques, escaleras, notas musicales, una bruja, una traición...
Pero desde aquel momento supe que mi destino era rescatar a la diosa. Así que busqué a unos amigos y comencé la aventura. Necesitaba alguien que entendiera a la gente, que me tradujera su lengua y sus mentes. También me acordé de aquella para quien no tenía secretos el arte, lenguaje de los dioses. Por último, avisé a un cronista, que pusiera mis aventuras a la altura de las de Julio César. En esta compañía, no dudé en ponerme muñones a la obra. Pero antes hice una parada técnica, porque soy una marioneta con vícios y necesidades.

Me dicen que de camino a Riga, paramos unas horas en el aeropuerto de Munich. Pues os juro que no me acuerdo de nada, sólo de cerveza, cerveza y más cerveza. Menos mal que la Bayern también estaba allí, porque si no, pobre mi cabecita de madera. Algun día tendré que volver para ver la ciudad, que seguro que es bonita, y también para beber más cerveza.



De todas las cervezas que bebí, os aconsejo la Erdinger Weissbräu.